Textos

100 Palabras

10 Vamos María
Perdóneme padre porque he pecado. Ayer me sonrió un compañero en la fábrica y yo, que soy casada, pensé que todavía era bonita. Me dijo –María, ¿tomémonos una bebida?- y yo acepté padre. Cuando estábamos en el quiosco, pensé que si alguien me veía, podría imaginar que estaba en algo malo, pero no dije nada padre. Luego me dejó en el bus y me extendió la mano para que subiera, se la di padre y sentí escalofríos. Me dijo –cuídate- y cuando llegué a casa, mi marido me dijo –María, ¿sírveme una bebida?- y yo no lo hice padre.

El Dedo en la Llaga
Ayuden al caballero, ¡está sangrando!, dijo una vieja en la micro, pero el herido estaba enojado, no quería ni que lo tocaran, se tomaba el pecho y su camisa se enrojecía como si tuviera un forado en el corazón. Este se muere, pensé, no llega al hospital y menos en Transantiago. De pronto, el chofer ya bastante nervioso, frenó con toda su alma, todos nos amontonamos hacia el parabrisas y el herido abandonó su pecho para sujetarse dejando caer, en medio del ahora vacío pasillo, un lívido dedo enjoyado en platino y diamantes, muy bien pintado al estilo manicure francés.

Así por ser…
¿Sabe?, es que yo lo quiero al Rube, desde que lo conocí. Cuando me embaracé, no le gustó mucho, igual éramos chicos poh, pero seguimos juntos. Yo cacho que me quiere aunque no lo diga, me da lo mismo.
Así por ser, yo me portaba bien; le cocinaba, le planchaba y hasta trabajaba cuando él tenía mala suerte. Pero anoche se me pasó la micro y, cuando entré, me llegó terrible combo en el ojo mi Cabo. Pa mí que estaba preocupado, porque no lo llamé pa decirle que estaba atrasá, ta bien que se urja... ¿o no?

La guerra es una realidad en colores

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Cecilia Cortés Berrios, el jueves, 15 de enero de 2009 a las 18:29
Cuando yo era niña, las peleas entre israelíes y palestinos eran historias breves que sucedían en un país muy muy lejano y que eran contadas de noche en la televisión, en menos de 15 minutos, por una bella mujer de largo cabello rubio. Sabíamos que habían bombas que mataban niños, edificios que se derrumbaban, mujeres envueltas enteramente en pañuelos que lloraban alzando los brazos al cielo o abrazando el cuerpo de alguien que ya no respondía. No habían princesas, no habían príncipes, no habían brujas; lo único parecido a un cuento era que había maldad, y sin embargo la bondad no podía identificarse... ¿quiénes eran los malos? ¿y los buenos? Me preguntaba si algún día vendría un súper héroe a terminar con todo eso. Y era entonces cuando intercedía el Papa con su angelical atuendo blanco, como despidiendo luz. Pero eso tampoco servía de nada. Crecí viendo imágenes de fuegos artificiales que en lugar de llegar al cielo para explotar, se iban directo hacia abajo para brillar estruendosamente sobre los techos de la ciudad. Grandes columnas de humo se alzaban como si la ciudad estuviera llena de volcanes, mientras las tomas de las calles mostraban construcciones grises llenas de agujeros, con pedazos cayendo, con gente también gris corriendo empolvada. Daba la sensación de estar viendo todo en blanco y negro, pero los acercamientos dramáticos a las personas nos revelaban el rojo sangrante de su manos y caías en cuenta que no era una película, sino la realidad en colores -no hay muchos colores que ver en esas tierras, ni los árboles escaparon de ello-. Cuando ya no era posible tolerar tanto sufrimiento, la bella mujer de largo cabello rubio y dulce voz adolescente daba la buenas noches; ése era el momento exacto para ir a dormir, la hora precisa para aprovechar los comerciales felices de helados y automóviles, de multitiendas y ricas comidas en familia, e irnos a la cama con la conciencia limpia de niños que éramos y soñar con que nada de eso llegara alguna vez a pasarnos. Es curioso, todo lo malo siempre pasaba afuera, sentíamos que la lejanía nos daba una especie de protección, que la cordillera podía ser nuestra trinchera y el mar nuestra salvación para escapar; y eso era así porque alguna vez en el colegio nos dijeron que el mar y la cordillera eran nuestra protección contra huracanes y otros desastres naturales y que deberíamos sentirnos afortunados por ello. Hoy, que veo cundir como nunca la sangre en la franja de Gaza reconozco que la guerra ha estado y quizás esté con nosotros por siempre. De chica pensé que con el tiempo la gente que peleaba moriría de vieja y que los nuevos hombres, que eran niños en esa época como nosotros y que sufrieron y odiaron la guerra, forjarían la paz definitiva y verdadera. Pasó todo lo contrario, el odio los alimentó para continuar la venganza. Es probable que los motivos primarios de esta guerra hayan sido olvidados ya, y que vayan mutando en la medida que se destruyen más generaciones que pudieron ser prósperas. Como un virus se ha expandido la sed de poder, de violencia, por eso la guerra no ha de terminar en mucho tiempo. La gente de Gaza ya no recuerda lo que era despertar oyendo cantar los pájaros o a los niños haciendo una ronda en un jardín infantil. Nacieron y murieron viendo destellos en el cielo, acostumbraron sus oídos a los grandes estruendos y a los agudos llantos de las mujeres, se criaron huyendo bajo tierra para escapar de los bombardeos, caminando con cautela mirando hacia arriba por si la maldad les caía sobre la cabeza, aguardando un segundo en la esquina para mirar si venía la muerte de derecha o izquierda, oliendo la pólvora, el humo y la sangre; no conocen otra realidad. Pero estoy segura que nada de esa costumbre ha podido evitar jamás que aún se les ericen los pelos cuando la desgracia se les viene encima, porque el ser humano siempre quiso y querrá respirar paz por sobre todas las cosas.